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El exmandatario ha negado cualquier implicación en esta trama de corrupción. (2018). AFP.

La culpa que lo persigue

Publicado: 2018-11-22

El señor Alan Gabriel Ludwig García Pérez, expresidente del Perú, se ha mostrado, el último fin de semana, como el más cobarde de los acusados por el caso Lava Jato. Luego de haber dejado en manifiesto una falsa actitud de colaboración con la justicia, asegurando que no era para él un castigo quedarse por 18 meses en su patria a disfrutar de su única riqueza (el APRA).  

En principio, se viralizó el: “Demuéstrenlo pues, imbéciles”. Escuchar esas palabras en la voz de Alan García, de un video compartido en un grupo de Facebook, me pareció falso, propias de un meme tipo los de Melcochita: un político sumamente astuto —no inteligente— jamás podría hacer ese tipo de declaraciones. Sin embargo, cuando vi completo el video en el noticiero de las noches, donde sarcásticamente se negaba a responderle a una periodista de canal N, comprendí entonces que hasta un sagaz político cuando tiene el destino consumado llega a la desesperación. En su caso la desesperación se llama descaradamente asilo político en la Embajada de Uruguay.

El desesperado García tiene acumulado un sinfín de procesos desde los 90´s por los casos: Banco de Crédito y Comercio Internacional BCCI, su intermediación en la compra y venta de aviones mirage, su desequilibrio patrimonial, colusión ilegal, negociación incompatible y cohecho pasivo, por haber entregado sobornos para otorgar los derechos de construcción del primer tramo del tren eléctrico, etc.; procesos evadidos luego de su asilo en Colombia (el primero), permaneciendo en Francia hasta que sus casos prescribieran. También están las investigaciones posteriores, como la de los narcoindultos, que fueron sepultadas en el legislativo y otras archivadas por fiscales como Peláez Bardales, en tiempos donde el Ministerio Público y el Poder Judicial parecían estar al servicio del Apra.

Por otro lado, viendo más allá del resultado del pedido de asilo al gobierno de Uruguay —que si deriva favorablemente para el exmandatario todas esas declaraciones latinoamericanas de lucha contra la corrupción expresadas en la reciente Cumbre de las Américas quedarán en letra muerta—, Alan García decidió involuntariamente liquidarse políticamente al canjear su libertad por su miedo a enfrentar a la justicia por indicios de corrupción.

Este “chancho corrupto que vuela un sábado por la noche”, haciendo analogía a las palabras de protesta de Roger Waters, condenó al partido que le sirvió para llegar a Palacio dos veces al suicidio político, porque logró que sus dirigentes sean cómplices de su cobardía ante el país.

No se sabe qué rumbo tomen los hechos, ni como juzgará la historia, por mí que Uruguay se quede por la eternidad con AG, pero se espera, por la salud política de nuestro país, que la lejía (el club de la corrupción): corrosiva y blanqueadora se encuentre políticamente muerta. Lastimosamente, para mal de la democracia, existen otros destinos tan penosos como el que eligió un partido como el APRA que mereció un futuro más digno.


Escrito por

SÓCRATES TORREJÓN ARIMUYA

Periodista independiente. Estudiante de Periodismo en la Pontificia Universidad Católica del Perú.


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